Catarsis: ¿Tú cómo le haces?

El sábado pasado recibí una noticia que no fue nada agradable para mi. En menos de un minuto todos mis sueños profesionales a corto y mediano plazo de vinieron al piso. El golpe fue tan duro como aquella noche cuando descubrí en el bolsillo de un pantalón una mentira en un pequeño papel. Aquella vez no fui capaz de llorar debido a la magnitud de la decepción y ésta tampoco, pero la reacción en mi cuerpo fue muy similar: me puse a temblar y se me revolvió el estómago. No supe cómo fui capaz de ir a clase después y realizar mis actividades.

He pensado de todo: quizá era conveniencia o a lo mejor, el futuro me deparará muchas cosas mejores de las que tengo ahora. No se, me rehúso a pensar en que la vida de un simple mortal es manipulada por un ser superior que nos castiga o nos premia según su antojo.

Almorzando con un viejo amigo y uno de los más queridos por esta seudoescritora, contándole mis aventuras y desgracias, entre sonrisas y con un gesto de admiración, me preguntó que yo cómo hacía para hacerle frente a tantas cosas en la vida. Yo le miré con una sonrisa de oreja a oreja y ojos encharcados. «No se», le respondí. «Simplemente lo hago, pero no ha sido fácil».

El susto, la tristeza y el desánimo por esa mala noticia, aún no se me ha quitado. Siento un nudo en la garganta grandísimo, en el estómago siento mariposas que no son precisamente de enamoramiento (es mi colon haciendo de las suyas) y siento mi cuerpo entero desfallecer. Aún así, hay un hilo invisible que tira de mi hacia adelante y que me dice que debo optar por la solución más sensata: hacerle frente y posponer mis sueños y anhelos un año más. No se de dónde sacaré fuerzas para esto, pero recordaré la pregunta de mi amigo «¿tú cómo le haces?» y yo responderé que lo único que se, es que a pesar del malestar en el que me encuentro, no me dejaré vencer tan fácilmente.

Atonement

No es la primera película que veo ambientada años antes y durante la Segunda Guerra Mundial y tampoco será la última.  Luchando contra la resistencia de verme una cinta más que trate de amores en desgracia por culpa de esta guerra, decidí por recomendación de un amigo visitar mi cinemateca preferida y marcharme con ella bajo el brazo para verla, apreciarla y ofrecer finalmente mi humilde opinión.

De entrada me encuentro con Briony, una niña de sorprendente e envidiable inteligencia pero que a los pocos minutos se ganó mi odio y mi rencor; el mismo del que se pudo apoderar su hermana con justa razón. Al mismo tiempo me enamoro, no sólo del actor  James McAvoy, al cual ya habría tenido la fortuna de apreciar en El Último Rey de Escocia, sino también del personaje que interpreta. La historia, es mejor vérsela para disfrutarla y vivenciar  en corazón propio las sensaciones que produce los errores de un chiquilla que optó, a sabiendas de lo que hacía, cambiar el rumbo de las vidas de los demás.

Por otro lado, esta cinta tiene efectos sorprendentes como la música mezclada con las pulsaciones de unas teclas de una máquina de escribir, aquel momento en la que al mismo tiempo estos teclados musicales se funden con la luz intermitente en el metro y esa escena sin cortos en la playa cuando los soldados ingleses están a la espera de volver a casa. El guión espectacular, la música fenomenal.

Contrario a lo que se piensa, no es una simple historia de amor truncada entre una enfermera y un soldado.  Es la muestra de la maldad inteligente, la de la criminal de mente inocente que vive a lo largo de su vida con la culpa y sin el perdón, donde al final la imaginación que todo lo provocó en un principio, tampoco le dará la paz que se merece.

Atonement (2007). Inglaterra, Francia. Nominada al Oscar 2008.

Somersault

Quién no, aunque ya se es adulto, se continúa preguntando sobre las diferencias existentes entre amor y sexo. Algunos de mis amigos y conocidos, en su mayoría hombres, distinguen o dicen distinguir muy bien entre lo uno y lo otro, y afirman además (juran saber y estar seguros) que las mujeres no sentimos igual, pues constantemente estamos mezclando el sexo con amor.  No quiero adentrar en gustos o preferencias adultas: que es mejor el amor libre, el sexo sin compromiso, el amor líquido, asistir a bares sw con el amigo o la amiga de turno, casarse, quedarse soltero, que no hay amor sin sexo pero que si hay sexo sin amor. Lo que quiero narrar es mi percepción y sensación al ver una película que tuve la oportunidad de ver recientemente llamada Somersault.

Heidi es una chica de unos 15 años aproximadamente, quien está en búsqueda de su identidad femenina y está en sintonía de querer sentirse una mujer deseada. Besa al novio de su madre, la cual se da cuenta y la niña comienza una carrera de aventuras por fuera de casa. Conforme avanza la película, Heidi se deja ver como una chica desorientada y piensa que el poder de su sexo le conseguirá lo que necesita en el momento: techo y comida.  No quiero que esto se sobre entienda como prostitución porque no lo es. ¿Alguna vez han pensando en el arte de la manipulación?, pues Heidi trata de hacerlo sin mucho frutos ofreciendo un ratico de placer. Pero no es sólo un intercambio de un plato de comida por sexo, es realmente una búsqueda del amor por medio de un placer momentáneo, una compañía pasajera y un vacío post coito.

Heidi deambula por las calles, luce como una persona que cuando se busca así misma no se encuentra, esperando; mientras ese chico a quien apenas conoce y con quién acaba de pasar la noche se va a trabajar como todos los días y apenas piensa en ella. Heidi es dulce aunque es una niña confusa que no sabe distinguir entre el amor y el sexo. Al final Joe, ese chico serio y frio, en busca también de una identidad sexual, termina enamorándose de ella, como sucede no sólo en las películas, a destiempo, irónicamente cuando una aparente madura Heidi aprende a distinguir entre el amor y el sexo.

Entonces me quedo divagando en los sentires de los demás, en las expresiones de los hombres que conozco y que no me atrevo a repetir a mis amigas y pienso en ellas. Ventajas de estudiar una carrera hasta hace unos pocos años exclusiva para el género masculino, es el de haberse rodeado de ellos y conocerlos en sus más íntimas dimensiones. Es paradójico oírles decir algo referente a una mujer a veces despectivo, en ocasiones tan vulgar, verlos después en sus dimensiones de pareja (sea cual sea) y luego reunirme con estas inocentes mujeres sin atreverme a decir lo que otros dicen o piensan de ellas. ¿Será que los hombres y las mujeres siempre estamos a destiempo o las diferencias entre el amor y el sexo será de igual manera, diferentes para ambos géneros?

Muchas seremos Heidi: mujeres buscando amor a través del sexo, entregando sus cuerpos sin amor, eternamente confusas, eternamente vacías. Otras escaparemos de ello.

Sommersault (2004). Australia.  Ganadora de 13 premios en AFI Awards 2004 Melbourne.

Me siento…

Me siento como si estuviera caminando por viejas calles… será que me animo a recorrer viejos caminos con mis zapatos nuevos?


Del amor y otros placeres

Recién en una de mis adoradas noches frías acompañada con una copa de vino tinto, bajo la sombra de mi lámpara cuya luz golpeaba tenuemente las hojas de mi libro de turno, me detuve a pensar en los años, en la felicidad y el amor de otros tiempos, en la tristeza y desamor que le conllevó después y decidí escribir algo que no me había atrevido hacer público quizá por querer reservar algo que se sabe a gritos y no sólo a quienes nos incumbe.

Para ninguno de mis amigos y mi familia, es un secreto de que alguna vez estuve perdidamente enamorada, que aunque no fue la primera vez, si fue la más intensa y la que más en serio me tomé. Pero como en asuntos del corazón nadie tiene la última palabra, mi felicidad momentánea se vio seriamente afectada y ese amor murió de la misma forma como nació: lento.  Durante meses me debatí entre lo que para mi fuera lo peor, entre perder el amor de mi vida o perder a uno de mis mejores amigos, sin darme cuenta que al amigo lo había perdido en el momento en que nuestros cuerpos se juntaron por primera vez una noche de invierno en un pueblo cercano.

“Hay dos  en la vida
para los que no nací
dos momentos en la vida
que no existen para mí,
ciertas cosas en la vida
no se hicieron para mí
hay dos días en la vida
para los que no nací.

El primero de esos días
fue cuando te conocí…

El segundo de esos días
fue justo el que te perdí….

 

Pero como siempre lo he pensado, de amor nadie se muere y desafortunadamente el mundo no se detiene, a pesar de querer desfallecer y sobrellevar una enfermedad crónica que de vez en cuando reaparece con sus síntomas generada por el estrés, mi vida siguió su ritmo y con nuevos rumbos, pero no sin tener que aprender otra vez a caminar con pasos firmes y seguros mientras otros comían perdices y vivían felices por el tiempo que les duró el amor, porque eso sí, sin ser pesimista, el amor es eterno mientras dura y generalmente lo que empieza mal, termina mal.  Pero eso es harina de otro cuento que ya no es mio y no importa nada más que yo y lo que siento.

 Me devuelvo muchos años atrás, mucho antes que esto y recuerdo un cuento que leí cuando estaba en el colegio, que para quien no me conoce o quien me conoce y no lo sabe, de lo que más me gusta leer son los cuentos una y otra vez casi hasta aprendérmelos de memoria. Este cuento, titulado “El corazón de oro” me enseñó que aquellos corazones más hermosos no eran aquellos que no habían sufrido cicatrices sino por el contrario, aquellos que tenían hermosas heridas y que demostraban lo mucho que habían experimentado y aprendido en sus vidas.

Y si de los fracasos del amor hay algo bueno, es que a pesar de todo, mucho se puede aprender, caer y levantarse, desenamorarse, desprenderse para enamorarse de nuevo. No es necesario leerse a Walter Riso ni leer novelas rosa para sentir así, simplemente es natural, quien lo niegue debe tener un corazón de piedra o hacer primar la razón sobre su corazón quizá por ocultar un miedo.  A mi, ser profesora de matemáticas y física, ser amante de la ciencia y ser ingeniera no me restó ser humana y tener un corazón tan grande como lo tengo.

 Aunque quisiera mil veces tener mi corazón como un lienzo en blanco, listo para ser redecorado, mejor aprovecho aquellos toques fuertes y suaves, de rojos intensos y grises opacos para darle nuevos tonos y brillos que hagan de mi existencia uno de los mejores placeres al vivirla, porque nadie quiere vivir sin amor aún después del amor.

Porque las mejores delicias de este mundo se hacen en dos, como dormir entrepiernados con la sincronización de los movimientos al voltearse para acomodar los huesos, como cuando se logra dormir toda la noche sin despegarse al pesar del calor, cuando las pieles se juntan en una sola lascivia y se experimenta la más apasionadas de las lujurias, esos olores característicos del cuerpo que se ama, las sonrisas cómplices en el metro, en el cine, en el restaurante, en la casa de los amigos.  El compás de los cuerpos horizontales, los besos públicos, los besos privados, unos labios siempre dispuestos.  Las charlas, los cafés, las disputas, los consensos,  los acuerdos, desacuerdos, los mensajes de texto.

El amor me está esperando a la vuelta de la esquina…

Otro poco…

Cuando describí anteriormente que me gustaría ser una “profe ideal”, no pensé que pocos días después iba a tener una manzana roja, mis favoritas, sobre mi escritorio y desde entonces no me falta una hermosa fruta roja allí que no demoro devorar en el descanso.  No alcanzaba a imaginar que mis estudiantes me dijeran que llegar a mi salón de clases les parecía cada vez más agradable y disfrutaban ahora si aprender de esas “odiosas” Matemáticas, que por tanto han dejado de serlo.  Me sorprendí al notar la motivación de mis pupilos al querer saber más acerca de la historia de las ciencias y de la Física en especial, resultado que al final evidencié en hermosos e interesantes plegables que elaboraron cada uno alusivos a la Física y sus principales científicos con los cuales después pude decorar mi salón con llamativas carteleras. Me han sacado sonrisas, muchas. Algunas precedidas de un regaño para que me pongan atención.  Los he visto esforzarse por hacer bien los ejercicios, más que por sacar buena nota, lo hacen por querer aprender, he jugado al “frisbee” con ellos en el descanso, hemos compartido obras de teatro y con algunos me he sentado a conversar.  Hoy una estudiante me sorprendió con un fuerte abrazo cuando le dije que había pasado la materia para el primer período, tan fuerte fue que me dolieron las costillas, un abrazo rompehuesos que me lleno el corazón de satisfacción por ser maestra.  No todo es color de rosa, algunos me han decepcionado, en ocasiones he cometido mis errores también y he tenido en las dos últimas semanas más trabajo de lo normal.  Aún así, amo lo que hago, lo disfruto y me hace feliz.

La profe ideal

Volví a las aulas de clase.  Volví a ponerme mi vestido de profe, a llevar mis apuntes y mis planillas de notas, a colgarme las gafas,  estudiar, consultar,  investigar y enseñar.  No recuerdo un día de mi existencia en la que no me haya imaginado ser lo que soy ahora y me gusta, pero igual hay cosas que me cuestionan.

Todas las noches antes de dormir pienso en mis clases y en mis estudiantes.  Me gusta dar lo mejor de mi, me gusta ir bien preparada y planeo mis clases con antelación, pero más que eso, son otras cosas en las que tengo que pensar a diario.  Preparo una lectura que espero que les guste, me imagino un discurso sobre un determinado tema que no sea matemático o físico y redacto una historia.  Quiero motivarlos, quiero orientarlos y me encanta cuando es posible darles a enteder la importancia de las cosas, más que los contenidos de mis áreas, imparto valores.  Me gusta cuando me tiran picos o me dan las gracias porque por fin comprendieron algo que antes les era imposible, adoro sus abrazos que me dan en el transcurso del día y me entristece cuando toca regañarlos. Me es todavía peor cuando me pongo furiosa y antes de pronunciar palabra, sintiendo el calor en mi cuerpo y la boca a punto de estallar en un gran grito de ¡Silencio!, respiro hondo y sigo con mi tema. Pero, ¿qué se puede hacer ante un grupo de jovencitos que no te escuchan?.  Menos mal mis chicos no son altaneros, son responsables con las tareas, no objetan los trabajos y es muy rico estar allí, con ellos, en ese frio tan delicioso, con los arbolitos asomándose por mis ventanas, con mis libros y experimentos a punto de enseñar.

Y aunque amo mi trabajo, aunque me gusta levantarme temprano para viajar hora y media hacia el colegio y llegar a ese lugar tan cálido, yo me duermo pensando en quiero ser para ellos, la profe ideal.

Un nuevo rumbo

Es curioso que después de escribir el post anterior, mi vida allá dado nuevamente un giro que cambió mi rumbo pero no mi norte.  Estas dos últimas semanas han sido de locura, el cambio trajo consigo una gripa llorona que sólo duró tres días producto de la sintomatización que realizo cuando algo me saca de equilibrio pero apenas logré estabilizarme un poco y con ayuda de un Distrán, desapareció.  Dicen por ahí, los bien hablados, que mi semblante es otro y no es para más, cada cambio significan nuevas oportunidades, una ocasión perfecta para redimirnos de algún suceso del pasado o un una muy buena esperanza.  Con tanto que tengo por hacer últimamente no he tenido mucho tiempo para pasarme por los blogs y mucho menos, por el mío.  No me he ido, no he dejado abandonado mi café ni tampoco no he vuelto porque estoy triste, todo lo contrario, aún no tengo los pies en la Tierra.  Apenas aterrice de nuevo y mi cabeza deje de orbitar en Júpiter, mi planeta favorito, volveré porque extraño las charlas y los cafés que siempre me tomo por acá.

Una maquinita en perpétuo movimiento

No es tarde, pero estoy un poco cansada y tengo tanto sueño que me parece que lo es. Sin embargo cuento las horas que necesito dormir para levantarme fresca y lozana y me doy cuenta que todavía puedo aprovechar dos horas más para hacer las cosas que quiero o las que necesito hacer, aunque con el pragmatismo que me caracteriza, a estas horas del día, o de la noche, jamás haría algo que tuviera que hacer a menos que me gustara.

Me detengo acá y leo el párrafo anterior y recuerdo meses, e incluso años atrás, en las que la vida era otra cosa porque yo lo había querido así. Tardes enteras sentadas en el parque con unas pocas cervezas en compañía de dos de mis mejores amigos, disertando sobre la vida, la ciencia, la literatura, cine y la música. Tardes y noches en las que mis amigos fueron mis psicólogos y yo el de ellos, en las que aprendí y desaprendí tantas formas de ver y de vivir la vida. Esas tardes no están muy lejos y tampoco han dejado de existir, pero cada vez son menos.

Lo es, porque lo he escogido así. En otras palabras, no soy mujer de rutinas y lo que más me mueve en el mundo es la innovación. Si no encuentro algo novedoso en el curso en el que me muevo, mi espíritu me impulsa a buscarlo en otros recónditos o no tan recónditos lugares y en personas con las que yo puedo sentir algo nuevo para volver a aprender y desaprender. Mi vida está cerca de ser, en otras palabras, un claro ejemplo de una máquina ideal de movimiento contínuo, salvo por supuesto, que aún no se ha descubierto una fuente de energía infinita e ilimitada y que además, y menos mal, no soy un ser inmortal.

Aquí me encuentro haciendo la retrospectiva de un poco más de un año y orgullosa por ser en estos momentos reconocida en mi trabajo por haber alcanzado los primeros objetivos propuestos, y digo primeros porque estos conllevan a más. Y no sólo eso, también estoy en la recta final de cumplir uno de mis objetivos a nivel profesional que al mismo tiempo se ha convertido en un reto personal. Mi cabeza está llena de ideas, de proyectos, de metas y por supuesto, de sueños. Y aunque no faltarán las dificultades, a paso lento pero seguro, los alcanzaré.

Los alcanzaré, «…aunque sea lo último que haga, ¡lo último que haga!». Gárgamel refiriéndose a los Pitufos.

Los sueños, sueños son

En las noches justo antes de dormir, cuando ya deposito mi cabecita en la almohada blandita que me hizo mi madre, mi mente retorcida comienza a pensar en cualquier tema, pero a veces me enloquece cuando piensa en dos o tres a la vez. Los pensamientos no todas las veces son de situaciones que me hacen feliz, algunos me estresan cuando se trata de trabajo o estudio u otros me ponen un poco triste, aunque hasta el momento, ninguno me ha quitado el sueño.

Pero sueño, que muchas veces es lo mejor, pero no todas, sobre todo cuando sueño que soy la protagonista de una película de acción, que extrañamente no es mi género favorito, pero es un sueño tan largo y tan lleno de actividades que me siento al despertar como si hubiese ido a cine y me siento lista para escribir un guión, que se me olvida lastimosamente cuando abro el chorro del baño para ducharme y salir de casa en menos de una hora. O cuando me pasa siempre que quiero volver a nadar en piscinas olímpicas, como la que tengo en disposición ahora, cuando sueño que nado y nado sin agotarme en lugares tranquilos, limpios y transparentes.

Me he levantado asustada otras veces cuando tengo pesadillas cuando algo me atormenta, muchas veces a causa de alguna banalidad y otras con algo que quizá me ha marcado afortunadamente no por mucho tiempo. Como las semanas enteras en las que soñé en las que encontraba de mil formas el libro que perdí un día en la Universidad siendo yo muy primípara o cuando he soñado que veo a uno de mis ex vestido con un ridículo pantalón naranja y una camisa a cuadros que no combina, con 10 kilos de sobre peso y lo he lanzado, después de darle una patada en el estómago, colina abajo dando vueltas sin parar y obviamente la gordura le ayudaba a rodar. O como aquella vez en la que desperté a medio vecindario cuando me puse a gritar a todo pulmón cuando soñé de forma muy real, mientras dormía en casa de una tía, que me encontraba sola durmiendo en mi casa de dos pisos y que los ladrones saquearon todo hasta llegar a mi habitación y forcejeaban mi cerradura para entrar y robarme, aquella noche me volví a dormir con un tremendo dolor de garganta.

Y qué hay de las veces en las que me permito soñar despierta, como aquellas tardes de descanso un domingo en los que después de hacer deporte y limpiar un poco mi aposento, me permito acostarme en el piso de mi terraza a mirar el cielo mientras sueño con mi futuro o con aquel que me da unos besos muy ricos y unos abrazos confortantes y, si acaso está lloviendo, me tiendo en mi cama a contemplar la lluvia que golpea las ventanas sumergida en un mar de elucubraciones revoltosas de color azul con tonos morados y a veces rojos de pasión.

Cinco minutos de no hacer nada en la oficina dan para mucho, sobre todo, para soñar!!!