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JEUX D’ENFANTS

 

A veces nos olvidamos de ser niños y nos sumergimos ya de adultos en un mundo que a veces se torna gris, con múltiples ocupaciones y con menos tiempo cada vez.  Alguien que quiero mucho me dijo que eso era parte de crecer. Pero en el fondo seguimos siendo niños, algunos soñamos con colorear nuevamente un libro de cuentos, con jugar a “la pelota envenenada”, a “policías y ladrones” y al “escondidijo”. De las aventuras de aquellos tiempos sólo me quedan las cicatrices en mis codos y rodillas debido a las caídas que me metía cuando corriendo me tropezaba con algo, cuando me montaba a un árbol y al bajar me resbalaba, cuando aprendí a montar en patines loma abajo y las veces que me lastimé aprendiendo a montar mi bicicleta roja.  No era torpe, pero hubiera sido aburrido crecer sin tener una cicatriz en mi cuerpo que me recordara la parte feliz de mi infancia.

                                    

En “Jeux d’enfants” nos muestran un juego que cuando era niña me parecía muy divertido, fascinante y hasta peligroso: “La verdad o te atreves”.  Os confieso que muchas veces dije la verdad por miedo a atreverme, pero también recuerdo perfectamente las pocas veces a las que me atreví a algo: hablarle a un desconocido y pedirle un confite, ponerse la ropa al revés, darle diez vueltas a la manzana corriendo sola como una loquilla y recuerdo perfectamente cuando me atreví a darle un tierno besito en lo labios a ese niño que gustaba de mi y que a mi también me encantaba.

 

Juego de niños, como traduce en español es una película del año 2003 que recién llega a mi ciudad como “estreno”.  Es curioso notar como cintas tan buenas como ésta tardan tanto en llegar a una ciudad que cuenta con tantas salas de cine, en su mayoría comerciales, pues sólo ha quedado una a la que mal llamamos “cine arte” aunque su cartelera ha cambiado notablemente en los últimos meses.  La mala calidad de la cartelera o la demora en traer a la ciudad películas de calidad se evidencia cuando por ejemplo, en Jeux d’enfants del 2003, la protagonista, Marion Cotillard, es la actriz que representó a Edith Piaf en “La Môme” en el 2007, película que sólo apreciamos hasta el 2008.

 

El amor es un juego de niños, “me atrevo” quizá a quererte sin pensar en consecuencias o “te atreves” a cometer la locura de amar que te envuelve y te hace sentir vivo.  Toda una vida para decir “te quiero” porque no se atreven a tomarlo en serio o porque para ellos, el amor es un juego entre los dos. Dos niños, Julien y Sophie se pasan la vida con desafíos peligrosos, graciosos, lastimeros e hirientes para ellos mismos y es una forma de decirse que se quieren a medida que la pasión va creciendo: “te atreves a darme un beso?”.

 

La película me ha recordado a un amigo que siempre ha estado a mi lado en las buenas y en las malas.  Una vez mientras jugábamos en mi sofá haciéndonos cosquillas quedamos tan cerquita que nos dimos un beso en los labios, el beso más tierno y dulce que me habían dado hasta el momento, pero eso no cambió nuestra amistad.  En todos estos años, nos hemos enamorado de otras personas, nos hemos apoyado en momentos difíciles y nos hemos hecho compañía cuando ha sido necesario.  También hemos tenido momentos difíciles en situaciones tirantes entre los dos y nos hemos dejado de hablar por mucho tiempo como ha pasado con Julien y Sophie en la cinta. Hace algunos años jugamos a “atrevernos” y yo sufrí de mariposas en el estómago, fueron los meses más felices de mi vida y al terminar fueron los más tristes. Afortunadamente el tiempo pasa, los sentimientos cambian y los rencores desaparecen, porque un amigo como estos es muy importante para la vida, tanto así que  cada vez que nos vemos es como si el tiempo no hubiera pasado y nuestra amistad es más fuerte que nunca.  Cuando estoy en su compañía el pasado no importa, aunque nos gusta recordar los momentos tranquilos, felices y no tan felices que pasamos cuando éramos más jóvenes y caminábamos juntos por las calles de Medellín.  Tantos silencios acumulados, porque estando en compañía no era necesario hablar. 

 

También hay canciones que datan de la época en la que hacíamos ocio los sábados o los domingos en la terraza de mi casa, muchas canciones de Pink Floyd, algunas de Mediterráneo de Joan Manuel Serrat, Mammas and the Papas, la banda sonora de Tango Feroz y de Blue de la Trilogía de Colores, algunas de Metallica, varias de Guns’n’Roses, en los últimos años alguna de Los Panchos, casi todas las de Dido, George Michael, algunas de Ilegales, Mecano, Ramstein, Morsheeba, siempre Andrés Calamaro y me quedo corta en la lista.  Pero así como en Jeux d’enfants cuya banda sonora consta de varias versiones de “La vida en rosa” de Edith Piaf, toda nuestra vida juntos tiene su propia banda sonora con sus diferentes matices y tonalidades.

 

Quiero a mi amigo y quizá, sin importar lo que pase, lo querré por siempre. Como pasa con Julien y Sophie que cada vez que se contestan “me atrevo”, están diciendo: “Te quiero más que a mi vida”.

 

 

¡Me atrevo!.

Después de todo

Una «amiga» me hizo recordar otro de los poetas que más leo y quise dar a compartir uno de sus poemas que me gustan mas, aunque siempre me es difícil escoger.  Para ustedes (y para mi ) os presento a Jaime Sabines:

DESPUÉS DE TODO

 

Después de todo -pero después de todo-
sólo se trata de acostarse juntos,
se trata de la carne,
de los cuerpos desnudos,
lámpara de la muerte en el mundo.

 

Gloria degollada, sobreviviente
del tiempo sordomudo,
mezquina paga de los que mueren juntos.

A la miseria del placer, eternidad,
condenaste la búsqueda, al injusto
fracaso encadenaste sed,
clavaste el corazón a un muro.

Se trata de mi cuerpo al que bendigo,
contra el que lucho,
el que ha de darme todo
en un silencio robusto
y el que se muere y mata a menudo.

Soledad, márcame con tu pie desnudo,
aprieta mi corazón como las uvas
y lléname la boca con su licor maduro.

 

  

 

 

 

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Aquí estoy yo, contemplando el cielo en conjugación con el verde de los árboles que se enmarcan en mis ventanas y suspirando, sólo eso, suspirando lento, amorosa y profundamente.

Vagabundear

Cuando era una pequeña y viaja sola caminando a mi escuela, recorría las calles del barrio Boston en zigzag. Las casas permanecían de puertas abiertas y me quedaba mirando hacia dentro de ellas queriendo descubrir nuevos mundos. En varias alcancé a ver a las señoras de la casa aseando los patios, las aceras y las habitaciones y mi mirada curiosa de niña pasaba desapercibida para ellas.

 

Tengo un recuerdo que todavía tiene el mismo sabor del ayer lejano y aunque es más común que sean los olores los que te traen recuerdos de antaño, para mi son los sonidos, concretamente, una canción. Ese día soleado caminando por esas calles de casas viejas y bonitas, con mi mochila a la espalda, con mis zapaticos y medias azules, mi faldita de cuadritos, mi blusita blanca, bien peinada y las tareas hechas rumbo a la escuela, una canción me acompañó en mi caminata. En aquellas casas de puertas abiertas las señoras de la casa tenían sintonizada la misma emisora, “La voz de Colombia” y caminando calle por calle escuché la misma canción:  Vagabundear” de Joan Manuel Serrat.  Llegué a mi escuela con un estribillo que no podía sacarme de la cabeza, “qué más da, qué más da, aquí o allá”., ese día no aprendí a sumar o a restar números fraccionarios, la novela que la profesora nos leía en voz alta no me sorprendía y perdí todo mi interés en la ciencias sociales y naturales.  Esa tarde aprendí otra cosa, algo que se quedó en mi memoria para siempre, me aprendí mi primer poema aunque este fuese cantado y no por cualquier cantautor, si no nada más y nada menos que por Serrat.

 

Años más tarde, me vi a mi misma repitiendo esta escena una mañana cuando caminaba por las calles de Boston rumbo a mi trabajo.  Está vez ya no habían casas de puertas abiertas a fuerza de mantenerlas cerradas por seguridad pero era un bello día soleado, las nubes ese día estaban hermosas, había un vientecito cálido y ese pedacito de Medellín me parecía lo mas hermoso.  Iba con mi mochila al hombro, más triste que nunca quizá pero con ese optimismo y la “verraquera” que me han caracterizado siempre y empecé a cantar: “Harto, ya de estar harto, ya me cansé, de preguntarle al mundo porqué y porqué. La Rosa de los Vientos me ha de ayudar y ahora vais a verme vagabundear, entre el cielo y el mar, vagabundear” .  No me importaba si la gente se me quedaba mirando, yo sólo esbozaba una sonrisa a medida que avanzaba con la canción y con el paso.

 

Caminé en zigzag como aquel día camino a la escuela, me vi a mi misma siendo niña aquella vez, feliz y curiosa.  Si me gusta ser un loco para no tomarme la vida tan en serio, me gusta todavía más vagabundear, por eso siempre llevo conmigo una Rosa de los Vientos por si vuelvo a perderme poderme encontrar.

 

 

Gracias a Etereal por inspirarme.

Pieles falsas, falsas realidades.

Una vez estaba con los profesores con los que trabajo realizando una salida pedagógica en un pueblo, de regreso y después de haber cantado unas cuentas canciones de Serrat y otras de tango, me dio curiosidad y le pregunté a Quijote si era casado. Me respondió que se había separado hacía dos años y que se sentía feliz. Sancho lo apoyó en su decisión y secundó que había sido lo mejor que había hecho. Le pregunté a Quijote cómo se sentía y me dijo que al haberse separado, sintió que se quitaba capas de piel de encima.

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Un cuento del pasado

Una vez, hace mucho tiempo, un amigo, a quien yo apenas estaba conociendo, me visitaba con regularidad en mi casa sobre todo después de la U o algunos sábados en la tarde o domingos cuando no había mucho que hacer.  Mi habitación estaba en ese entonces en la terraza de mi casa y por capricho mio, dormía en un par de colchones que extendí en el piso, disponía de un sofá para las visitas y de una grabadora con cd, que en ese tiempo era casi una novedad para los que no teníamos dinero, un tocador y mi escritorio que me acompaña desde la infancia.

El capricho de la tajada

Soy sensible,  a veces pienso que en extremo, pero tampoco es así.  Me ha pasado continuamente que me dejo llevar por los sentimientos fácilmente y que si no lo digo exploto;  de ahí mi empeño en escribir, una opción viable para los que no siempre tenemos con quien hablar o simplemente no queremos cansar.


 
   Siempre me he definido, o más bien, me gusta definirme, como una mujer seria, fuerte, con convicciones y con aspiraciones.  Me gusta la sencillez y la simplicidad de las cosas, soy abierta, sincera, honesta, descomplicada y risueña.    Me gusta transitar por las calles del centro, sentarme en un parque a tomar cerveza mientras pasa la gente que observo detalladamente y conversar, lo único que me hace levantarme de allí es el afán de buscar un baño después de tres cervezas que halla tomado.  No se con exactitud cómo me ven los demás, yo sólo me veo así sin más ni más.
  Reconozco que los tropiezos de mi vida son más del asunto del corazón y que por ellos a veces he sentido que pierdo la razón.  Sin embargo aprendí a reconocer los momentos de debilidad y a llevarlos con dignidad.  Mis amigos y las personas que me conocen en general me dicen que yo hablo mucho, quizá poseo una necesidad enorme de expresarme, porque hasta en mi mente sostengo diálogos conmigo misma.

  Mis momentos de debilidad suceden ahora cuando me siento sola,  mas no cuando no lo estoy.  Siempre he considerado que sentirle sola es muy distinto a estar sola.  Cuando de ella, la soledad, me refiero exactamente a mi soledad sentimental, pues aún no he encontrado el sapo que se vuelva príncipe y me lleve consigo a perseguir un sueño, se acentúa con mayor fuerza, me dan ganas de volver a una partecita de mi pasado y comenzar otra vez.  Despertando de ese sueño, aclaro que de niña no me leyeron cuentos de príncipes y princesas, me siento como el título de una película: Mujer soltera busca…  quizá porque el que busca encuentra, pero yo no busco, entonces no encuentro.

    Los silogismos en mi vida, hipotéticos o no, han sido parte de ella desde que tengo uso de razón, de la misma manera de lo que es mi mal genio.  A mi cuentan una anécdota que me parece chistosa, pero que al mismo tiempo, explica muchas cosas.   Pues les cuento que a mi me encantan las tajadas de plátano maduro.  Una vez me sentaron en mi butaca a comerme un plato de arroz y unas cuantas tajadas de maduro; me sentía feliz con ese plato de comida, para mi exquisito, comiendo una a una mis tajadas.  De repente, mi abuela se acerca y saca de mi plato una de ellas para metérsela en su boca, empecé a gritar y a llorar cual bebé, y con toda razón, pues solo tenía dulces y tiernos 4 años de existencia.  Tal fue el susto de todos los demás, que mi mamá no tuvo mas remedio que hacerme mas tajadas de maduro. 

   Cualquiera podría decir que el capricho por una tajada de maduro es pasajero, mas no para mí.  Es decir, esa tajada poco importa ya, sino el hecho.  O sea que he demostrado ser irascible, egoísta y caprichosa desde que tenía cuatro años, defectos que poco a poco he tratado de menguar.


   Muchas cosas han pasado ya desde el incidente de la tajada.  Ahora cuando pierdo las cosas sueño con ellas, sueño que las encuentro, pero al despertar vuelvo a la dura realidad.  En muchas cosas me digo que lo perdido, perdido está y que ya no vale la pena hacer el esfuerzo de encontrarlo, mas si ha sido hurtado de frente o a tus espaldas, pero hurtado al fin y al cabo.  Muchas otras cosas no son hurtadas, o mejor, debería decir, muchas personas no son hurtadas, es más, las personas no se hurtan, ellas se van solitas y no queda mas remedio que dejarlas partir y olvidar.